jueves, 2 de febrero de 2012

Yo siempre tengo razón, a no ser que tú me la quites con la ropa.




Recuerdo tu último cumpleaños como si fuese el mío. Habíamos discutido y yo balanceaba una cuchara en mi boca mientras malgastaba un helado. No te quise felicitar, me pareció hipócrita. Tu peor enemigo te hubiese deseado más felicidad aquel día que yo.

Así que mi enfado y yo nos quedamos en casa, sentados el uno frente al otro. Entiende que no te llamase, ni fuese a tu fiesta con disfraz de zorra. Mi orgullo me quiere demasiado como para compartirme con alguien.

Pensé en ti rodeado de tus amigas de sonrisa brillante y corazón pobre, me mordí los labios. Pensé en ti rodeándome, me lamí los labios.

Pensé en ti y en tu mirada sucia de ganas. En tus manos ardiendo, marcándome... Permití inconscientemente que el helado se derritiese en mi boca y pronunciase tu nombre.

Mis manos pisotearon mi orgullo y descendieron por mi ombligo. Fueron a buscarte a dónde siempre me encuentras. Y te encontré desnudo en mi mente, templando mis manos... Te recordé sonriente pidiendo una tregua. Mis dedos seguían caminando por donde tú consigues corra. Mis dientes se disfrazaban de los tuyos y le ponían ritmo a la traición de mis manos.

Mi cuerpo se adhería al sofá cómo yo al accidente que supones. Y yo rendida a mis impulsos bailaba como nunca antes conmigo. Justo cuando las paredes anunciaban el incendio, el sonido de la cuchara cayendo al suelo me sacudió.

En menos de quince minutos estaba en la puerta de tu casa. Despeinada y despechada, desnuda de alma para arriba. Tú estabas sólo y se te veía el mar en los ojos. Y olías a impotencia y deseo.

Te agarré la cara con las manos y con rabia y te dejé en la boca tu regalo de cumpleaños; "Felicidades, enhorabuena, tú ganas... Tenías razón, follemos".